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Una normativa para los copistas del Prado

Una normativa para los copistas del Prado

¿Cómo se obtiene permiso para entrar con los bártulos en el Museo Del Prado e instalarse en medio de las salas, cargado con lienzo, caballete y pinceles, para ponerse a copiar una obra maestra? ¿Se puede copiar todo? ¿Qué destino puede dársele a la copia? ¿Hay alguna restricción? ¿Puede obtener permiso cualquiera? Estas y otras dudas nos asaltan en torno a esta práctica académica, y aunque no lo parezca, se trata de una cuestión regulada con gran detalle.
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Un gallego y un copista chino: así se gestó el mayor fraude artístico de Nueva York

Un gallego y un copista chino: así se gestó el mayor fraude artístico de Nueva York

Acusado por Estados Unidos de haber estafado más de 33 millones de dólares junto a su expareja y a su hermano, José Carlos Bergantiños habla por primera vez en una entrevista exclusiva. “Uno de mis errores fue la mala asesoría contable… De no ser por eso, no estaría aquí con usted”, me dice José Carlos Bergantiños, sentado en el despacho de su abogado en Lugo, en la primera y única entrevista que ha concedido hasta ahora. Su discurso es pausado, como si eligiera cuidadosamente qué dejar fuera de la narración y, al mismo tiempo, tuviera ganas…
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Marginalias: reflexiones, quejas y maldiciones de los monjes medievales

Durante la Edad Media la única forma de copiar de un libro era a mano. Esta tarea correspondía a los monjes escribas, o copistas: oficio solitario, ingrato, e incluso físicamente devastador. Copiar un libro medieval era un asunto complicado. Se debía trabajar sobre un atril, diseñado específicamente para maximizar la luz natural y permitir que la tinta no se esparciera por todo el pergamino. Si bien estos diseños eran perfectos para el uso de las herramientas, eran terribles para el escriba.
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Bartleby, Akaki y otros copistas originales

Las sucesivas innovaciones tecnológicas acabaron con el viejísimo oficio de copista, amanuense, escribiente, escriba o escribano, que son los sinónimos con los que también se lo designaba. Pero la literatura se encargó de inmortalizarlo en dos personajes que seguramente les resultarán familiares a numerosos lectores: Bartleby y Akaki Akákievich.
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"Copiar en el Museo del Prado es un lujo y un reto al mismo tiempo"

Rosa Pérez Valero y Ana Gulias forman parte del grupo de 16 copistas autorizados por el Prado que, paleta en mano y respetando las limitaciones que marca la institución, hacen de su oficio un modo de vida: de lunes a jueves miran a los ojos de los maestros y de viernes a domingo guardan sus lienzos y los caballetes que les presta el museo. Tienen que dejar espacio a los miles de turistas que, a pesar de la crisis, pasean por las salas del edificio diseñado por Juan de Villanueva a finales del siglo XVIII y ampliado por Rafael Moneo en 2007.
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Los otros artistas del Prado

En la actualidad, sólo 16 afortunados pueden realizar copias junto a los originales
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El valor de la vida de un copista

Una muestra clara del valor que se atribuía a estos hombres está en el código wergeld. Este código marcaba las compensaciones económicas que se exigían a aquellos que eran declarados culpables de homicidio. Muy común en los países germánicos y en Irlanda, como era lógico para aquella época, el valor de la multa a pagar dependía de la clase social del fallecido. Así, no era lo mismo matar a un esclavo que asesinar a un obispo. Y dentro de las categorías importantes estaban los copistas.
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Dafen, la ciudad de los copistas

Dafen, la ciudad de los copistas

[C&P] Bienvenidos a Dafen un pequeño suburbio de la ciudad china de Shenzhen, situado a 30 km de Hong Kong. Un barrio donde trabajan más de 10.000 pintores que se dedican a realizar copias de cuadros para todo el mundo. Aquí artistas elegidos entre los mejores estudiantes de las Escuelas de Bellas Artes de China, producen unos 5 millones de lienzos al año, el 70% de todos los que se venden en el planeta.
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Los monjes copistas

Así, en escondidos lugares de la Europa naciente de los ss. VIII al XII, un puñado de hombres cultos -recordemos que muy poca gente salía del analfabetismo en aquella época- se dedicaron a la copia de manuscritos que de otra forma se habrían perdido. Así, las bibliotecas monásticas se llenaron no sólo de libros religiosos, textos litúrgicos, obras teologales y vidas de santos: también de clásicos latinos de retórica, derecho, medicina, literatura general y los primeros manuales de lengua latina usados siglos después en las Universidades.

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