Hace dieciséis años, Carlos se quedó ahí, tendido en el vagón del metro de Legazpi, eternamente quieto en sus dieciséis años. Le apuñaló en el corazón un militar neonazi cuando él y sus compañeros acudían a frenar una manifestación racista en el barrio obrero de Usera. La manifestación fue legalizada por la Delegación del Gobierno del PSOE en Madrid, que por entonces consentía a los fascistas campar organizados como un mal menor e insignificante, como si solo fueran una rémora del pasado o un puñado de pijos y tirados jugando a ser macarras. Mi