Es de todos sabido que desde antes de los tiempos de Noé, y casi me atrevería a decir que incluso antes de Adán, el hombre ha recurrido a las aberturas naturales en la tierra para guarecerse. En estas oquedades, los seres humanos pudieron tener refugio contra las condiciones climatológicas adversas, contras las fieras que deseaban darse un festín a costa de ellos y, naturalmente de los demás humanos que habitaban en las cercanías, mucho más peligrosos que todos los tigres de dientes de sable y huracanes juntos. Y, además, no pagaban hipotecas..