Una de las cosas más inquietantes de España siempre ha sido su derecha política. Da la sensación de que, desde hace un siglo, se compone de un maremágnum de cabezas no siempre bien pensantes cuya endogamia social y política les ha ido llevando por una atroz baja forma intelectual, no digamos ya democrática. A diferencia de la derecha de otros países, la nuestra tiende a asimilarse al Estado, a apoderarse de sus resortes y a crear una extraña relación por la cual tener más votos que el resto de fuerzas políticas es que todo el mundo le apoya.
