La cara de Rajoy, esa cara tan grande que solo le cabe en una tele de plasma, mirándonos con la inocencia de un niño que no ha roto un plato y la tristeza de un hombre que ha sido traicionado por su mejor amigo, su amiguito del alma. La caraplasma, la cara dura como pedernal del presidente, que no nos pide perdón sino comprensión porque él no solo es inocente, inocente sino que además es la víctima.