Era 1969- el año que el hombre pisó la luna- cuando a Mercedes, su novio Juan Arroyo le regaló una secadora de ropa, un lujo asiático en aquella Almería aún de las blancas azoteas de Celia Viñas, donde la ropa se secaba tendida al sol con el viento de Levante. Juan, técnico de electrodomésticos, acudió a Madrid a hacer un cursillo preparatorio, y en una de esas tiendas de los madriles, de grandes escaparates en la Gran Vía, se le ocurrió tirar la casa por la ventana y agenciarse uno de aquellos aparatos que eran toda una innovación en España.