En España se lleva decir que eres pobre, que no hay dinero para pagar. Es casi elegante hacerse el humilde de una extraña forma: alzando la cabeza y haciendo ostentación de tu mala economía. Incluso en las conversaciones con pagadores, el dinero es un ente semiprohibido, del que nos vemos obligados a hablar con titubeos, mails crípticos de ida y vuelta, como -de nuevo acudo a los sonrojos del amor- cuando nos perdemos en devaneos avergonzados antes siquiera de besar a alguien a quien queremos besar.
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