La casa de Rocío Monasterio es amplia, luminosa y está llena de gárgolas. Dice que la ha diseñado ella misma y que es su proyecto más preciado, aparte de su familia. En su regazo arrulla a Perla Camino, su quinta hija. Una empleada filipina le sirve la merienda: café machiatto mezclado, no agitado, y unas galletas que le hace su abuela. “Me gustan las cosas sencillas” confiesa pícaramente mientras se pone cómoda para la entrevista.
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