En el año 1886, el arqueólogo Gaston Maspero llevaba a cabo un descubrimiento poco común. Hasta la fecha, muchas de las sepulturas que se habían encontrado contaban con un denominador común: los fallecidos eran embalsamados para prepararlos para el Juicio de Osiris, acontecimiento en que cuerpo y alma del difunto eran analizados por el tribunal presidido por el dios de la resurrección. Pero la momia descubierta por el francés no encajaba en este esquema.
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