Las conversaciones de alto el fuego, que a veces llamamos “de paz”, de Astana han puesto de manifiesto el verdadero alcance de las contradicciones, mucho mejor que la guerra misma, y su fracaso ha impedido que se les haya prestado la atención que merecían, empezando por la propia presencia en ellas de Estados Unidos. Tienen razón los iraníes: no tiene sentido marginar a los perros (Al-Nosra, Califato Islámico) e invitar a sus amos (Estados Unidos), ni siquiera por el hecho de lanzar un capote a un Trump recién llegado a la Casa Blanca.
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