El discurso populista del presidente causa gran impacto entre sus seguidores apelando a una poderosa emoción: el enojo. Si ese se transformara en acción constructiva, podría ser un catalizador de cambios. Pero el objetivo de este es distinto, pues su discurso repetitivo busca que su público se quede reviviendo permanentemente agravios –reales e imaginarios– pasados. Al quedarse estático, el enojo se transforma en resentimiento e impotencia, emociones que encuentran desahogo en el insulto contra quienes considera culpables de los males mexicanos
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