Habíamos terminado de cenar. Frente a mí, el periodista, gran corresponsal que había conseguido una magnífica colección de países antes de darse al sedentarismo del Palace. Mi amigo fumaba tabaco inglés, como quien fuma una nostalgia londinense; y el smoke comenzaba a sumir el local en una niebla densa con la concienzuda vocación de convertirlo en una sucursal de la City.
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