Desde la Antigüedad se quemaban resinas aromáticas como ambientadores, siendo el incienso el que tendió a imponerse entre finales de esa era y la siguiente, la Edad Media. En los cruceros de las iglesias se colgaban incensarios que a su función práctica sumaron otra litúrgica. Esa utilización ceremonial no tenía nada que ver con el tópico de la falta de higiene de la gente, puesto que los peregrinos tenían la obligación de asearse para acceder a santuarios y templos, como demuestra la Fuente del Paraíso compostelana.
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