John Howard fue un adelantado a su tiempo, y encontró en España un avance que le sorprendió completamente. En aquel momento, la sociedad pensaba que alguien que había cometido un delito (en su mayoría entraban por deudas) no tenía derecho a reformarse, por lo que a Howard le costó tratar de convencer a sus contemporáneos de que los carcelarios, a pesar de sus fechorías, seguían siendo personas. Cuentan las crónicas sobre su vida que entro a Badajoz desde Lisboa el 9 de marzo de 1783, visitando las cárceles de la ciudad extremeña y Madrid.
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