¿Recuerdan el escándalo Watergate, ese que arruinó la carrera política y la reputación nada menos que de un presidente de los Estados Unidos?. Como saben, lo que se reprochaba a Richard Nixon no era sólo el espionaje a sus contrincantes políticos, cosa siempre muy mala, sino la utilización descarnada de los resortes de poder puestos en su mano por el público para una finalidad tan particular como era conocer la estrategia del oponente y gozar así de una posición ventajosa en la lucha por su reelección.
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