Quizás el más peligroso veneno que inocula la religión en la mente de los creyentes sea el hecho de que ya no hace falta hacerse preguntas, y mucho menos diseñar costosos experimentos y realizar arduos estudios para comprender el Universo o la Naturaleza, porque todo está ya «explicado» en viejos libros escritos por profetas científicamente analfabetos de tiempos más o menos remotos.
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