Si mucha gente aún conserva parte de esta vajilla es por su condición de "prácticamente irrompible" –como presumía la propia marca en sus anuncios allá por la década de los sesenta– gracias a su material: el vidrio templado, que se consigue calentándolo gradualmente hasta alcanzar temperaturas de 700 grados centígrados y enfriándolo súbitamente. "Resiste a los golpes y pasa del agua hirviendo a la fría sin riesgo de rotura", anunciaban.
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