Viajaron solas. Eso no quiere decir que lo hiciesen sin sirvientes (había baúles, muchos baúles), sino sin marido, o esposo, o amante; es decir, sin un hombre que actuase como interlocutor frente a un entorno ajeno, que tomase decisiones sobre estancias, itinerarios, medios de transporte y que, por supuesto, pagase las facturas.
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