Nadie negará que el proceso educativo debería librarse de toda violencia física y psicológica. La brutalidad educativa de siglos pasados es escalofriante. Del ponerse de rodillas a las orejas de asno, del “rincón de pensar” al cuarto oscuro, la lista de prácticas punitivas utilizadas es a menudo terrible y casi infinita. Sin embargo, prohibir toda forma de violencia no equivale a condenar la autoridad. La coerción tiene sus virtudes, al igual que el castigo. En este debate resulta sorprendente ver cómo a menudo se falsifica la historia.
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