Llegó con 17 años, en busca de un tratamiento para el asma, y durante unos meses fue lo que se maldenomina un «mena». Sin techo ni ventolín, probó con la manta y la chatarra. Pero quería estudiar, y tuvo la suerte de encontrar a quien le orientó hacia un centro de nuevas oportunidades. Hoy tiene papeles, trabajo y planes: “Mi ilusión es fundar un Llindar en Senegal”.
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