Uno de los académicos más admirados por Arthur Rimbaud durante su tiempo de bachiller fue George Izambard, quien hablaba de él como un soñador tímido, alumno de retórica alterna; de uñas limpias y cuaderno sin manchas; buenas notas en clase y deberes sorprendentemente correctos; encarnación de lo superlativo, intelectual vibrante de pasión lírica y curiosidad interminable.
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