En los años 80, apenas se sabía en nuestro país cómo poner en marcha una compañía de videojuegos. Mucho menos, cómo venderse al público. Los hermanos Ruiz, desde Dinamic, recibieron el consejo de contratar a un ilustrador profesional para sus carátulas. Alfonso Azpiri demostró que sólo su trabajo podía ser reclamo suficiente para que un juego de Spectrum acabara en tu estantería.
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