El cielo amenazaba lluvia cuando nos acercábamos al puesto fronterizo de Dabousieh, en Siria. Hacía más de una hora que habíamos salido de Beirut. El conductor, Issa, y yo, teníamos casi siete horas por delante hasta Alepo. –Hablo árabe, turco y armenio-. Siete horas de silencio y un poco de mímica.
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