Venecia inconclusa

La góndola se fue perdiendo en la bahía, en un atardecer pintado por Turner, con la llama anaranjada del último sol de febrero.

Era a la vez, en un instante, todos los hombres que había sido, el efebo imprudente y arrogante, el niño huraño y solitario en la verbena, el anciano de treinta años cansado de tanto vivir, el joven de cincuenta entusiasmado con matrices y ditirambos… Pero todos llegaban siempre a este lugar, a esta misma pregunta,  a esta misma góndola partiendo impasible hacia las afueras de su vida.

Como si fuera un déjà-vu, pensó si no sería este otro de tantos últimos besos, un vacío transparente en la memoria incapaz de recordarlos, porque nunca supo que serían el último.