Sucedió entre la décima y la undécima cerveza. El servidor se entregó a la anarquía, todo empezó a fallar, sin motivo, en la primera noche que podía saborear con los amigos. Llegaban alertas que sonaban a Nokia de los noventa, mensajes turbios que miraba con nostalgia y desapego.
El maldito duende tecnológico nos recordaba que es sólo un sofisticado invento de Damocles, esperando el momento más inoportuno para lanzarnos veinte años atrás en un segundo.
Veinte años. Veinte eneros intentando olvidarla, disfrazando su cabello en algoritmos mágicos, su piel en rododendros indexables, su mirada en logaritmos trágicos...
Maldito enero plagiándose cada enero, por más que mienta los colores de la aurora con los baudios de su recuerdo, en píxeles manchados de lascivia y de cosenos.
“Lo arreglaré mañana”, dijo apurando un cigarrillo cisterciense. “O me haré modista.”
“Lo que suceda primero.”