Aquel día la tensión se había extendido por el organismo del operador de radio Bill Betts como una enfermedad. Aunque se hallaba dentro de un carro de combate Sherman en mitad de Kiel, al norte de Hamburgo, el norteamericano sabía que no estaba a salvo. Tras cada pared podía haber un cañón antitanque escondido y, por tanto, acabar en llamas era cuestión de unos segundos. Sus peores pesadillas se hicieron realidad cuando, al torcer una esquina, se toparon con un miliciano germano.