Pocos días antes de morir, Ezequiel Córdoba le dijo a Salvador Alvarenga: “Dile a mi mamá que estoy triste de no poder decirle adiós y que no debe hacer más tamales para mí. Me he ido con Dios”. Alvarenga le dijo que no iba a morir y le pidió que, si era él el que moría, fuera a El Salvador a darle la noticia a la suya. Los dos hombres sellaron el pacto.