La florida ciudad de Berchtesgaden (en los Alpes Bávaros) fue una de las predilectas de Adolf Hitler. No para organizar desfiles de sus bienamados miembros de las SS. Nada de eso. Para el «Führer», esta región era en principio sinónimo de asueto. Y lo cierto es que debía calmarle los nervios descansar en ella, pues desde que pisara sus calles allá por 1925, repitió sus visitas una y otra vez hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.