Las golondrinas hicieron sus nidos en el subterráneo antes de que este fuera transformado en un aparcamiento de bicicletas con puertas automáticas. Es decir, puertas cuya apertura se controla mediante sensores de movimiento. Salta a la vista que las simpáticas okupas no tienen un pelo (ups, una pluma) de tontas: rápidamente aprendieron el truco de aletear frente al sensor.