La plataforma ha servido como catalizador de la movilidad social para aquellos que se dedican a las letras, un fenómeno nunca antes visto. Entrar estos días a Twitter por primera vez en dos semanas debe parecerse mucho a irrumpir en una habitación en llamas. Los usuarios basculan entre la desesperación, la ira y el cachondeo descontrolado mientras ven cómo aquello en lo que han invertido tanto está en jaque por los movimientos del nuevo propietario de su app.
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