Solo una década después, la percepción de esas empresas tecnológicas ha cambiado de manera radical. Sí, seguimos utilizándolas, pero lo hacemos con tanta frecuencia que empezamos a preguntarnos si su uso no resulta excesivo. La simpatía con que los líderes políticos las adoptaron como emblema de la innovación y el emprendedurismo dio como resultado una laxitud regulatoria en cuestiones de fiscalidad y de seguridad que ahora parece sospechosa.
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