De esta forma terminó el breve intercambio dialéctico entre mi jefa de estudios y yo, después de repetirme, por enésima vez, que no como no estoy en el grupo de «wasap», a mí me tienen que decir las cosas. Efectivamente, así no se puede. No se puede exigir que los trabajadores usen su «wasap» y teléfono personales para trabajar. No se puede trabajar de forma paralela al correo corporativo que tenemos y debemos usar. No se pueden organizar claustros por «wasap». No se pueden mandar mensajes fuera del horario laboral, fines de semana o festivos.

Me resisto cuanto puedo, pero no hay manera. Con mi viejo Nokia en el bolsillo, que sólo sirve para hablar por teléfono y no tiene internet, ni aplicaciones, ni siquiera whatsapp –te mando un wasap, dicen, y se molestan porque no tengo–, vivo feliz y no necesito llevar otra cosa encima.