La toma de Constantinopla en el año 1453 convirtió al Imperio Otomano en la mayor potencia mundial, gracias en parte a su estratégica situación, controlando las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, así como con el Índico. A la muerte de Solimán el imperio tenía más de dos millones de kilómetros cuadrados y se extendía por tres continentes, con una fuerza naval que controlaba prácticamente todo el Mediterráneo, llegando a se comparado en su momento con el antiguo Imperio Romano.