Cultura y divulgación

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El muñeco ventrílocuo parlanchín de Cremeal

Los muñecos de ventriloquía encabezan la lista de lo que científicamente se conoce como "automatonofobia", (miedo a todo lo que falsamente representa un ser sensible) donde además se incluyen maniquíes, figuras de cera y títeres entre otras. Hace algún tiempo tuve la suerte de encontrarme con un clásico muñeco de ventrílocuo, y como apasionado al género de terror ya pueden imaginar la satisfacción que me produjo semejante hallazgo. No tardé en descubrir que se trataba del muñeco parlanchín de Cremeal.
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Francisco Sanz, el pionero de la robótica que asustaba al público con el realismo de sus autómatas

A principios del siglo XX, este hijo de molineros nacido en la localidad valenciana de Anna logró fama mundial y amasó una gran fortuna gracias a sus “mecanismos asombrosos”. Se le encumbró en vida como “el mejor ventrílocuo del mundo”, pero fue muchas otras cosas: un empresario muy innovador, un excelente cantante lírico y uno de los discípulos más aventajados del guitarrista clásico Francisco Tárrega. Los movimientos de sus personajes alcanzaban tal realismo que a veces el público salía despavorido del teatro; aterrorizado al pensar...
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Francisco Sanz y los actores mecánicos  

¿Un ventrílocuo inventor? Ciertamente, y además de un ingenio sin fin. Francisco Sanz Baldoví, titiritero y artista sin igual, no fue un simple ventrílocuo que animaba marionetas de trapo con una mano ensartada en la espalda del muñeco, nada de eso. Lo más asombroso de Francisco Sanz es que dio vida a toda una compañía de actores mecánicos, verdaderos autómatas de tamaño real que levantaron el asombro de medio mundo en su época.
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Ventrílocuos, manos de goma y realidad virtual: las ilusiones de la integración multisensorial

"(...) La ventriloquía como entretenimiento tiene sus orígenes en el siglo XVIII, pero su práctica se remonta mucho más atrás en el tiempo, yéndonos a una antigua Grecia donde chamanes, brujos y demás fingían adivinar el futuro de sus clientes mediante lo que llamaron gastromancia. Tras este nombre se escondía un ejercicio mediante el que el engañabobos de turno fingía posesiones estomacales a través de las que los espíritus se comunicaban con el vulgo vía sus intérpretes".

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