El origen de estos azulejos cerámicos con los nombres de las primitivas vías, parroquias o conventos se remonta a 1811, cuando Toledo se encontraba bajo el mando de las tropas napoleónicas. El gobierno provisional trató de solucionar problemas básicos de una urbe que, aun estando ocupada, vivía en relativa paz. El nombre rotulado debía corresponder con el antiguo, salvo cuando la documentación no era suficiente. En tal caso, se bautizaban con uno nuevo relacionado con la actividad industrial de la zona, hechos acaecidos, vecinos, etc.