La brisa, el roce de la yema del dedo, incluso una simple pluma posándose en nuestro brazo... toda esta información sensorial exquisitamente detallada la recibe nuestro cerebro gracias a los corpúsculos de Meissner y los de Pacini.
El cerebro activa las mismas neuronas para escuchar sonidos que para percibir vibraciones, como las del móvil o las de un tren que se acerca. Por eso a veces nos molestan tanto como los ruidos.