El cerebro humano alcanza su volumen adulto a los diez años, pero las neuronas que lo conforman siguen cambiando durante muchos años. La complejidad del desarrollo cerebral hace difícil establecer políticas públicas basadas en la edad de las personas. En el lóbulo occipital, la parte posterior del cerebro, se termina a los 20 años. En el frontal, la parte anterior, siguen formándose nuevas conexiones a los 30 años e incluso después.

A medida que crecían, sabían que algo era diferente, pero nadie le puso nombre. Para muchos, costó muchos años conseguir un diagnóstico: autismo. Oír esa palabra al fin puede ser un alivio.

Estamos muy acostumbrados a oír, opinar, leer o investigar sobre la infancia, la adolescencia, la vida adulta o la vejez. A nadie le resultan extraños ya estos términos. Y, ahora que los conocíamos bien, aparece una nueva fase: la adultez emergente. ¿Cómo y por qué surge?

Advertimos un mundo de crisis y contradicciones, donde el joven y el adolescente tienen que asumir la responsabilidad de elegir las opciones adecuadas, en su vocación, en el trabajo, en su sexualidad, en su vida personal, sin disponer los medios personales suficientes para que su evolución alcance los resultados satisfactorios, precipitando por lo tanto en conductas anómalas muchas veces, y orillándolos a una inmadurez afectiva.