En un lugar como Italia, amante de los eufemismos y obsesionada por la bella figura, a Milo Manara probablemente lo definirían como un historietista de lo erótico capaz de introducir en el mundo de sus cómics tintes algo obscenos o depravados, voyeuristas, exagerados e incluso ficticios. En España, quizás, debería ser visto como lo que es: un maestro artístico de la pornografía, entendida ésta como algo puramente sano y necesario que descansa en la mente de todas las personas, situadas en cualquier confín. Desde la Iglesia hasta los talleres me