Hasta hace unos años, la Iglesia y buena parte de los feligreses consideraban que los animales –en general– no tenían alma. Sin embargo, dos de los últimos tres papas –Juan Pablo II y Francisco I– cambiaron esa percepción y afirmaron que, como son seres vivos, tienen un lugar ‘reservado en el cielo’. La Iglesia católica ha reconocido que estos seres brindan ayuda a personas solitarias, deprimidas o enfermas y, por ello, son merecedores del cielo.