Atravesamos la nave central y salimos por la portada que habíamos cruzado al entrar.
Las palabras de Ubertino, todas, seguían zumbándome en la cabeza. —Es un hombre extraño –me atreví a decir.
—Es, o ha sido, en muchos aspectos, un gran hombre –dijo Guillermo–.
Pero precisamente por eso es extraño. Sólo los hombres pequeños parecen normales.
Ubertino habría podido convertirse en uno de los herejes que contribuyó a llevar a la hoguera, o en un cardenal de la santa iglesia romana. Y estuvo muy cerca de ambas perversiones.
El nombre de la rosa - Umberto Eco