En una lejana ciudad había una reina que nunca estaba bien del todo, siempre había algún pequeño detalle que le faltaba para ser completamente feliz.
Por eso, lo que más rabia le daba era ver que uno de sus sirvientes, justamente el que más años llevaba con ella, siempre estaba sonriente. De hecho, nunca lo había visto triste, todo lo contrario, pasara lo que pasara se lo tomaba con buen humor.
Un día, llevada por la curiosidad y, sobre todo, por la envidia, lo mandó llamar.
Buenos días, su majestad, dígame en qué puedo ayudarle -preguntó amablemente el sirviente.
-Verás, me gustaría que me dijeras cuál es tu secreto.
¿Mi secreto? ¿Qué secreto? -respondió confuso el sirviente.
-El secreto de tu alegría, no lo entiendo. Eres mi sirviente, te mando hacer muchas tareas diariamente y, en lugar de quejarte, siempre estás sonriendo. ¿Cuál es tu secreto? ¿Cuál es el secreto de tu felicidad?
-No hay ningún secreto, majestad. Lo que me ocurre es que lo tengo todo para ser feliz: una casa donde vivir, mi esposa, mis tres hijos y un trabajo. No siento que me falte nada, por eso estoy feliz.
-Pero no lo entiendo -contestó de nuevo la reina-. Tu casa es pequeña y vieja, seguro que hace frío en invierno y sufrís mucho calor en verano. Pasas mucho tiempo aquí y a veces apenas ves a tu familia. Debe haber algo más.
-Le prometo que no hay nada más, majestad. Sí, es cierto todo lo que usted ha dicho, mi casa es pequeña y vieja, a veces no veo a mi mujer y a mis hijos todo lo que me gustaría, pero yo siento que estoy completo.
-Está bien, vete.
Pero como la reina no estaba convencida del todo, mandó llamar a su mejor consejero. Le expuso el caso para ver qué opinaba.
-Majestad, la respuesta es muy fácil, su sirviente es tan feliz porque no ha roto el círculo de la confianza.
-¿El círculo de la confianza? ¿Qué es eso?
-Cuando un hombre confía en las personas que quiere es feliz, no necesita nada más, está completo aunque le falten cosas, pero cuando ese círculo se rompe...
-No lo entiendo.
-Si quiere, mañana mismo se lo demuestro. Eso sí, en cuanto hagamos la prueba, ese hombre dejará de ser feliz. ¿Está usted dispuesta a hacerle pagar ese precio?
-Sí, sí -respondió la reina sin dudar-, tengo que saber qué es eso del círculo de la confianza. Quiero saber por qué ese pobre hombre es más feliz que yo.
-Bien, como usted quiera. Lo único que necesitaré es que mañana ponga en una bolsa 99 monedas de oro y que alguien las lleve a su casa cuando él no esté allí. Que se la den a su mujer o a sus hijos y les digan que no la abran bajo ningún concepto hasta que él regrese.
-¿Y ya está?
-Sí, eso es todo.
La reina hizo lo que su consejero le dijo y al día siguiente cuando, por la noche, el sirviente llegó a casa...
-Han dejado esta bolsa para ti -le dijo su mujer mientras le daba un beso.
-Ah, qué bien, ¿qué hay dentro?
-No lo sé, me han dicho que era un regalo de la reina por tus años de servicio.
El hombre abrió la bolsa y sus ojos casi se le salen de la cara.
-¡Monedas de oro! ¡Muchas monedas de oro! -comenzó a gritar.
Toda la familia se sentó alrededor de una mesa y allí el hombre comenzó a contarlas. Hizo un montón de 10 monedas, y otro y otro y otro, y así hasta 10 montones, con la salvedad que en el último montón solo había 9 monedas.
-Vaya, hay 99 monedas, ¿y la que falta? -preguntó extrañado.
-No lo sé -contestó su mujer.
-No lo sabemos -contestaron sus hijos.
En ese momento el hombre comenzó a buscarla por toda la casa, tanto empeño puso que esa noche no durmió nada.
Al día siguiente, en cuanto se levantó su mujer, lo primero que hizo fue preguntarle por la moneda que faltaba.
-Pero, ¿seguro que ninguno de vosotros ha abierto la bolsa y la ha cogido?
Todos lo negaron.
-Va, mujer, confiesa, ¿has sido tú? ¿O tú, hijo mío? ¿O tú, hija mía?
Todos lo volvieron a negar.
Pero el hombre no se daba por vencido y comenzó a sospechar de todos ellos. Continuó buscando durante el resto de la semana y cada día que pasaba estaba más convencido de que alguien de su familia le estaba mintiendo.
Por esa razón, cada día iba al trabajo más cansado y de peor humor.
A partir de aquel día ya nunca fue el mismo, la desconfianza había entrado en su mente, y no solo eso, ya no algo que le faltaba: una moneda de oro.
Eloy Moreno, adaptación cuento sufí.