En una tierra muy lejana vivía un campesino que, después de unas grandes tormentas, había perdido toda su cosecha: lo único que tenía para sobrevivir y alimentar a su familia.
Viendo que se acercaba el invierno y que se había quedado sin nada para comer, comenzó a ir de pueblo en pueblo para ver si alguien podía darle trabajo o algún tipo de ayuda. Pero debido a las malas cosechas nadie necesitaba más trabajadores.
Tras varios días de viaje y viendo que no conseguía nada, abatido y triste, decidió volver a casa. Cuando ya llevaba unas cuantas horas caminando, un peregrino le comentó que a unos pocos kilómetros había un pueblo en el que tenían por costumbre regalar una bolsa llena de oro a quien consiguiera vencer en combate a un viejo maestro de artes marciales que vivía allí.
Aunque aquel campesino no había tocado un arma en su vida, estaba tan desesperado por encontrar alguna forma de dar de comer a su familia que decidió intentarlo. Se dirigió al pueblo y, en cuanto llegó, se fue directamente a ver al maestro para comunicarle que quería luchar contra él.
El viejo maestro hacía ya mucho tiempo que no peleaba, pero debía hacer honor a su palabra, por lo que no tuvo más remedio que aceptar el combate.
Esa misma tarde, en la plaza, delante de todos los habitantes del pueblo, campesino y maestro se pusieron frente a frente separados a unos diez metros de distancia. Cada uno de ellos llevaba un sable como única arma.
El maestro se sorprendió tanto por la mirada de su oponente como por la extraña forma con la que agarraba el sable. Fue en ese momento cuando le comenzaron a entrar las dudas. ¿Quién será este hombre? ¿Y si bajo su apariencia de campesino hay un experto luchador? ¿Y si lo han enviado mis enemigos para que me mate y así quedarse con toda mi escuela de artes marciales? No le conozco de nada, ni siquiera lleva el emblema de ninguna escuela, pero por su mirada está dispuesto a ganarme al precio que sea. Hasta ahora nadie había tenido el valor de desafiarme así...
Mientras el maestro estaba inmerso con esos pensamientos, sonó la campana que indicaba el inicio del combate.
El campesino, sabiendo que era la última oportunidad que tenía de alimentar a su familia durante el invierno, agarró el sable con fuerza y comenzó a correr hacia su oponente.
Pero cuando ya quedaban apenas dos metros para que ambas armas chocasen, el maestro bajó su sable y se rindió.
-Es usted el ganador -le dijo.
El campesino se quedó paralizado y bajó también el arma.
-Tome, aquí tiene la bolsa con el oro, se lo ha ganado. Eso sí, antes de irse, permítame que le haga una pregunta.
El campesino asintió con la cabeza mientras dejaba el sable en el suelo y cogía con alegría el premio.
-Verá, conozco todas las escuelas de lucha de alrededor y puedo decir que, sin duda, la mía es la más renombrada y más temida, por eso durante los últimos diez años solo tres personas se han atrevido a retarme, y a las tres las recuerdo con temor en sus miradas. En cambio, no he visto miedo en tus ojos. ¿Podrías decirme cuál es el nombre de tu escuela?
La escuela del hambre -respondió el campesino.
Cuento oriental