“…siguió evocando hasta el amanecer las excelencias del marido, sin reprocharle otra deslealtad que la de haberse muerto sin ella, y redimida por la certidumbre de que nunca había sido tan suyo como lo era entonces, dentro de un cajón clavado con doce clavos de tres pulgadas, y a dos metros debajo de la tierra.
—Soy feliz —dijo— porque solo ahora sé con seguridad dónde está cuando no está en la casa.”
Gabriel García Márquez, ”El amor en los tiempos del cólera” (1985)