En la década de 1970, los arqueólogos que encontraron ratones momificados en la cima de los volcanes más altos de los Andes atribuyeron su presencia a que los incas debieron subirlos hasta allí para sus rituales o como polizones accidentales. Aquella era la única conclusión posible, puesto que la baja presión parcial de oxígeno y las temperaturas gélidas todo el año por encima de los 6.000 metros hacían impensable que algún tipo de criatura pudiera sobrevivir a esas alturas