Las personas supersticiosas en cualquiera de sus variantes (religiosa, pseudomédica, espiritual, etc.) son en la práctica inmunes a las pruebas. Tal es así que cuando se les enfrenta con los hechos, en lugar de asimilar su error tienen toda una elaboradísima serie de «argumentos» retorciendo la lógica y la realidad para que (no importa cuáles sean los datos, estudios, experimentos o pruebas que existan en su contra) al final ellos puedan seguir «pensando» (menuda broma) que sus «creencias» son ciertas y verdaderas.