El 18 de julio de 2012, los pasajeros de un vuelo de línea aérea sobre el Océano Pacífico sudoeste vislumbraron algo inusual: una mancha flotante de piedra pómez que indicaba que se había producido una erupción volcánica bajo el agua en el lecho marino al noreste de Nueva Zelanda. La mancha finalmente creció más de 150 millas cuadradas (aproximadamente el tamaño de Filadelfia), una señal de que la erupción fue inusualmente grande.