Son muy pocas las personas que consiguen dejar una gran huella en la historia, y aún menos las que, después de realizar un gran descubrimiento y patentarlo, renuncian a la riqueza que eso conlleva. En el escaso grupo de personas tan altruistas se encuentra Alexander Fleming, un hombre que renunció a patentar su descubrimiento de la penicilina para que todo el mundo tuviese un acceso fácil y económico a ella.