La Europa culogordo

Le tomo el título prestado a Juan Abreu, que me lo sabrá perdonar.

Aunque nos separan muchas diferencias, la coincidencia que mantengo con ese autor reside, mayormente, en señalar la falta de voluntad de Europa como causa principal de nuestro declive. Pero diré más: si Europa se vuelve irrelevante es precisamente por su voluntad de serlo, de no meterse en líos, de creer en un mundo líquido, de proyectos líquidos, donde nada tiene realmente importancia y nosotros mantenemos nuestro lugar puntero por el simple hecho de ser una especie de faro moral.

Y no, de verdad, no somos un faro moral. Nuestra hipocresía en temas como el de Gaza, por citar el más cercano y sangrante, invalidan nuestro discurso político. Nuestro apoyo a ideologías identitarias invalida nuestra bandera de apoyo a hechos científicos frente a hechos quasireligiosos. Y lo peor de todo: nuestro pacifismo huele cada día más a interés económico que a verdadera convicción.

En Europa creemos que tenemos que ser ricos porque sí. En Europa creemos que se nos tiene que escuchar porque sí. En Europa nos hemos olvidado de que el Triunfo de Occidente, la extensión de la cultura europea por el mundo no viene de ninguna superuiridad intelectual sobre otros pueblos, sino de un descarado militarismo y de un exacerbado uso de la violencia hasta un punto que otros pueblos eran incapaces de comprender. Véase a John Keegan y su Historia de la Guerra para entender por qué otras culturas limitaban la guerra mientras los europeos nos lanzábamos una y otra vez a guerras totales.

Y el caso es que Europa ha renunciado a la violencia pensando que aún así seguiría liderando algo, como si Cristiano Ronaldo renunciara al fútbol pensando que seguiría teniendo los mismos seguidores. Y oye, que no, que si ya no estás en lo que te hizo grande, has dejado de ser grande. Y lo vas a pagar en todo. En absolutamente todo.

Europa no tiene recursos naturales, no tiene una gran flota de mares profundos que pueda imponer orden en las cadenas de aprovisionamiento y suministros, y no tiene un ejército que persuada al resto del mundo de que nuestro intereses mejor no se tocan. Y lo que todavía es más grave: su estrategia para la paz es el desencanto y el debilitamiento, surgidos de los intelectuales de posguerra que pensaban que había que acabar con los valores tradicionales para sustituírlos por otros más débiles que propiciasen la paz.

Creo que es Webber, y me vais a permitir que hable de memoria, quien escribe esta barbaridad, tan certera: "El honor, la lealtad y la hombría nos llevaron a dos guerras mundiales. Esperemos que la picaresca y el mariconeo nos traigan la paz"

Y ahí estamos: en el subjetivismo, en la sociedad abierta, en la falta de fe y de patriotismo, en el mariconeo, ¡y en la paz! Sí señor, en la paz, bendita sea, que nos ha mantenido 80 años sin guerras mayores.

La cuestión es que esa paz nos lleva a la irrelevancia sin que seamos capaces de reconocer que no se puede ser a la vez próspero y pacífico. Porque del pacifismo vamos a ir a la pobreza, y una vez en la pobreza nos vamos a enterar quienes son de verdad esos tipos sonrientes que plantan margaritas y enanos de bronce en sus jardines.

Es una lastima, pero no nos queda otra: aprender a ser pobres o volver a ser violentos. ¿Qué otra cosa creéis que proponen los que dicen que tenemos que rearmarnos?

Cuando tienes coche, haces viaje. Cuando tienes armas, haces guerra. Imaginad, si no, lo del Nordstream, con una Alemania que contase con 30 divisiones Panzer en vez de cuatro Leopard averiados y con el cartel de ·se vende".

Hacia eso vamos, si es que no elegimos la pobreza.

Adelgazar y romar las armas. Ese es el plan.