Cuando en el confort de un territorio seguro se observan las imágenes de las derivas brutalizadoras que algunos estudiosos han denominado “desaprendizaje de la civilización” o “aprendizaje de la inhumanidad”, uno toma conciencia de la inanidad de las palabras. Cuando, además, la brutalidad está repartida y los actores responsables han elaborado poderosas narrativas de matriz identitaria, la dificultad de sortear el fuego cruzado de los argumentos desenvainados suma motivos para la disuasión de la voz.
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