Imagínenlo de madrugada, solo, a la deriva en un mar helado y oscuro, con la boca llena de sal, oyendo cómo se alejan y se apagan los gritos de sus padres, de sus hermanos y de toda la gente que subió con cara de pánico a la barcaza con él. Imagínenlo muerto de frío y de miedo. Hace una eternidad -en realidad sólo unos pocos minutos- que naufragó el barco que lo llevaba a Europa.
|
etiquetas: niño , muerte , vida